Yo conocí a Gabriel Beltrán, “el zapatones”, (Zaragoza, 1985) hace bastante tiempo ya, en el Municipal Escolapias Pompiliano, cerca de la casa de los viejos del Gambetas. Por aquel entonces, sería en el 97 o así, un abuelo que jugaba cerca a la petanca me había hablado de un chaval desgarbado y tranquilón que había inventado la volea de puntera.
Mi sed de curiosidad me llevó una mañana de sábado a ese colegio cerca del parque grande con la esperanza puesta en ver los prodigios de aquel chaval.
Lo reconocí rápidamente, vestía de calzas largas y llevaba un finísimo bigote rubio, lo que le daba un distinguido aspecto de proxeneta jubilado. Hacía frío. Cuando yo llegué faltaban unos cinco minutos para que acabara el partido y por lo que supe los chavales iban dos a dos. Zapatones estaba jugando. Atrás. De cierre.
A falta de un minuto o así, un balón caía como llovido del cielo. Venía de un despeje de córner.
Vi como Zapatones apartaba a dos jugadores rivales y a dos de su propio equipo para situarse justo debajo del pelotón. Yo sabía, todos sabíamos, que Zapatones solo pensaba en su volea de puntera.
En el momento justo del disparo se le quedaron los pies atrapados en una alcantarilla y oímos crujir sus tobillos y oímos rechinar sus dientes.
Nunca supe nada más de él. Hasta hoy. Andaba cazando moscas por Ranillas y me pasé a ver el fútbol y me encontré de nuevo con aquel chaval, ahora ya un hombre, bien afeitado, con su a casa a pagar y su coche pagado. Le vi hacer un gol a empujar sutilmente al palito largo y me alegré por él y me alegré por aquel chaval también.
El zapatones, chssst, no lo olviden.
Inventó la volea de puntera.
Gustavo de Frog.
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